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La muerte, el Porsche y el campeón

El Porsche blanco agarró camino para la carretera que va de la ciudad de Querétaro a San Luis Potosí. Su conductor calculó: madrugada, poco tráfico. En un rato estaría en su destino. Minutos después, el vehículo estaba destrozado, y el piloto, el boxeador Salvador Sánchez, ídolo mexicano, había muerto.

Así, en un momento de prisa, en un instante en que cambian los planes, se decide la vida o la muerte. Sal Sánchez, la estrella del momento cuando se hablaba del deporte mexicano, había estado por varias horas con un grupo de amigos y admiradores, departiendo en la capital queretana. Pasaba ya de la medianoche del 12 de agosto de 1982 cuando el campeón abordó su juguete preciado, el espléndido auto deportivo que lo llevaría directo al mundo de los muertos.

UN CHOQUE EN LA CARRETERA

Los peritajes afirmaron, después, que el bólido blanco que tripulaba el preferido de la Fortuna corría a más de 200 kilómetros por hora. A esa velocidad cualquier cosa puede ser el principio del fin. Un descuido, una mala decisión, se convierten en el pasaporte directo a la muerte. Ese boleto lo ganó Sal Sánchez cuando, a unos 12 kilómetros de la ciudad de Querétaro, y sobre un camino con un solo carril de ida y otro de vuelta, resolvió rebasar al vehículo que tenía delante.

  • A 200 kilómetros por hora, nada se puede hacer. Lo último que vio Sal Sánchez fue al camión Torton color rojo sobre el que se abalanzaba al tomar el carril en sentido contrario. El golpe fue brutal. El Porsche se reventó con el impacto. El toldo, desgajado, se clavó en el cráneo del joven boxeador, que a los 23 años se moría en una carretera, cuando todo parecía ir de maravilla, y él, Sal, Sal Sánchez, Salvador Sánchez Narváez, tenía todo listo para consolidarse como uno de los grandes del boxeo mexicano antes de llegar siquiera a los treinta años. No era especulación, no era “volada” de los reporteros de deportes. Sánchez tenía todo para convertirse en un campeón de esos que perduran.
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